viernes, 16 de octubre de 2015

“La librería ambulante”. Christopher Morley. Periférica.

Por la campiña de Nueva Inglaterra, el señor Mifflin y la Señorita McGill viajan con su librería ambulante, “El parnaso”, acompañados de su perro Bock y la yegua Peg. ¿Su objetivo?, predican el amor a los libros y los seres humanos. Es más que un argumento, es una declaración de principios. Esta breve y deliciosa novela de Morley, casi un cuento, nos lleva a la América de inicios del siglo XX, creando un mundo ideal, sencillo y amable, bondadoso, donde entre suaves dosis de humor se vislumbra un paraíso de optimismo, bonhomía y creencia en el poder transformador de la lectura. El Sr. Mifflin, como un héroe artúrico, lleva el grial de la literatura a las granjas para que los buenos libros “circulen por las venas de la nación”. No hay ser humano sin  libro, ni ser humano que lo sea si no posee uno. Ante esta tesis “La Librería Ambulante” se convierte en una historia de belleza y trascendencia. La lectura se convierte en la fuerza transformadora que en la humilde y estrecha monotonía rural permite crear un mundo de horizontes inabarcables, bellos, de un innegable humanismo.

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