La antológica del Bosco que
presentó este verano el Prado merece ser considerada el gran acontecimiento
cultural del año en Madrid. Una exuberante y magnificente aproximación al gran
artista holandés, del que El Prado atesora algunas de sus mejores obras. Pintor
heterodoxo, no deja indiferente a nadie, como no dejó a su gran mecenas Felipe II
que siempre supo distinguir entre el arte propagandístico y cortesano, y aquel
para su disfrute persona,l a su gusto; gusto que se antoja completamente actual
si queremos ver en el Bosco a un gran crítico social, un precursor del
surrealismo, o un colorista impenitente. Con un grandísimo dominio del dibujo, las
obras del Bosco conjugan el tono enigmático de su significado, con el humor evidente
de sus formas, en el marco de un planteamiento completamente original, tanto
para su época como para la nuestra. El gran valor que aportó la muestra del
Prado fue ser capaz de hacer llegar al gran público un autor de difícil
interpretación, a pesar de su aparente evidencia. Asimismo, se ha tenido la
oportunidad única de juntar las grandes
obras del autor, no solo las residentes en museos españoles, como “El tríptico
del carro de heno”, “EL tríptico del
jardín de las Delicias”, o el “San juan Bautista en meditación”, sino las de
los grandes museos europeos que atesoran su producción, como las “Visiones del
más allá”, “El prestidigitador” o “La batalla entre Carnaval y Cuaresma”. En
definitiva, un gran acierto que engrandece al Prado como gran museo Nacional, y
permite al público acercarse a un artista diferente, cada vez más valorado y,
desde ahora, tremendamente (y con justicia) popular.
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