Este pequeño libro, que acoge los
recuerdos de antiguos furtivos, gente serrana que vivía de lo que daba la
Sierra, en épocas en que la Sierra no era un espacio para el turismo, sino el
hábitat donde competían por sobrevivir hombres, plantas y bestias, cuando los
cazadores suspiraban por logran el mejor trofeos de caza de la especie más
emblemática de la sierra, la cabra montesa es, ante todo, un homenaje a uno de
los espacios más exuberantes, tremendos, magnificentes y soberbios de la
geografía española. La Sierra de Cazorla, un conjunto monumental de sierras,
cortados y valles, de grandes rebaños de cabras, ciervos y gamos; donde los
gigantescos pinos, antaño recurso de la Marina Real, compiten con rústicos y
resilientes chaparros y enebros; donde el agua, la nieve y la piedra no están
domesticadas, es la absoluta protagonista de unas historias que, centradas en
la caza, nos hablan de otra época, de gente curtida en un terreno inhóspito y
bello, seres humildes que aprovechaban los recursos del mote, que se
desplazaban a pie y sobrevivían encuevas, que se enfrentaban al tiempo
inclemente y conocían todos los recovecos del terreno, sus especies, sus vientos…
gente dura y, a la vez, sobria y noble, para los que la caza era un medio de
vida, y que como buenos cazadores, la protegían, y admiraban a las víctimas
contra las que luchaban porque eran su sustento. Es un canto de amor a Cazorla, el más extenso
parque natural, cuando era un mundo propio completamente ajeno al exterior. Con
hechuras de novela antigua, un testimonio imprescindible para conocerlo,
quererlo y admirarlo.
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