Roma narra el acercamiento de su autor, el
surrealista Julien Gracq a la cultura y tradición romanas y, con ellas, al
clasicismo y su trascendencia en la cultura occidental. Desde su posición
rupturista, rebaja a Roma a un montón de ruinas y paisajes destruidos, en los que,
sin embargo, es capaz de reconocer el germen de la tradición, de la acrisolada
cultura europea. Si bien desde un plano disgresor, Gracq llega a rendirse al influjo
de Roma, que identifica en cada rincón a la vista de sus nobles restos (“es la
única ciudad del mundo que se asemeja a una autopsia”), valorando su teatralidad
barroca y la cotidianeidad de su arte, que se hace doméstico, nada indigesto. A
pesar de ello, su valoración final es negativa: ciudad tesoro, la ve anclada en
su pasado, alejada del mar, dando la espalda a la modernidad; pero en él se
vislumbra un sentimiento de frustración; es el rechazo hacia alguien a quien se
ama y que le gustaría que fuera a su imagen y semejanza. Más que un relato de
odio, es de desamor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario