El
aire profundamente british de las
universidades británicas (elitista, sapiencial, y excluyente) es perfectamente
recreado (y, en cierto modo, ridiculizado) por Michael Innes, un autor
desconocido del gran público, y que se adentra en el mundo de la novela
detectivesca inglesa de inicios del siglo XX donde, con diferentes matices, Christie,
Chesterton y otros, marcaron hitos. La historia es, también, un clásico del
género: el asesinato encapsulado, escenarios sin posibilidad de entrada y
salida, donde las respuestas deben buscarse, y encontrarse, interiormente. Aunque
la trama es algo confusa por las continuas interacciones entre protagonistas, y
la obsesiva recreación de las agendas de cada protagonista, la resolución es
ingeniosa y cumple con el que debería ser el principal mandamiento de la
literatura policíaca: lector y protagonista reciben la información al mismo
tiempo, y así, el lector puede implicarse en la trama y no limitarse a
observarla. Este defecto, habitual en las novelas de Christie, marca el límite
entre el mero entretenimiento y el interés. A destacar la excelencia recreadora,
que corresponde, como no podía ser de otra forma, a quien ha vivido el mundo
que describe; y la solidez del detective Appleby, que sin grandes alardes, casi
con discreción, se convierte en un personaje tremendamente sólido. Todo un
éxito el de Siruela, el de incorporar a Innes en su catálogo.
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