Tomando como percha la obra de Baroja “El árbol de la
Ciencia”, el autor analiza la relación de Baroja, como representante de su
generación, con la España de la época, la inmediatamente posterior a la crisis
del 98, con la debacle que aquel hecho produjo en el ámbito social, económico e
institucional. Repasa la figura de los intelectuales, su papel y aportación
frustrada a las soluciones del momento, y analiza la sensación de necesaria
regeneración por parte de una élite, que se enfrenta a una masa “que arrolla
todo lo diferente, egregio, individual, calificado y selecto”. Ese
individualismo, propio de Baroja, lleva al autor a abordar el rechazo de Baroja
a la idea de democracia, posición conflictiva desde la óptica del siglo XXI,
pero que tiene que ver con la idea barojiana de que una sociedad no formada,
inculta, tiene poca capacidad de participar genuinamente en la democracia, dejándose
llevar por el caciquismo, fenómeno resiliente en la España de la época. El
nacionalismo como lacra, la ciencia como lenguaje purificador, o el mito de las
dos Españas, son otros de los temas abordados en este ensayo que, si bien
fuerza algunas explicaciones de las posiciones de Baroja, es una muy buena
aproximación a la situación crítica del momento de la que participa Baroja con
su supuesto escepticismo. Y es este punto, el de la posición de Baroja,
distante y crítica, el que, a juzgar por el subtítulo puede generar más controversia.
La relación de Baroja con España no se deduce que sea de un amor imposible,
todo lo contrario. Baroja se implica con el país, lo asume como propio y se
siente integrado con él. No participa de sus defectos, que los critica, pero de
toda la obra de Baroja, incluida “El árbol de la ciencia”, se desprende un
profundo amor por su país, basado en el conocimiento de sus gentes, para el que
espera algo mejor. Quizás una de las mejores muestras de amor, sea conocer los
defectos, apuntarlos y desear se corrijan.
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