El activismo
ambiental ha utilizado siempre el alarmismo como herramienta de concienciación
de la sociedad: la lluvia ácida, la capa de ozono, el deshielo, la quinta gran
extinción… más que a formar a los ciudadanos. Esta estrategia se basa en dos
preceptos: presentarse ante la sociedad como garantes de algo que es un bien
común y que no reporta beneficios a quien lo hace y, conectado con lo anterior,
actuar como traductores de verdades científicas complejas de difícil
comprensión para el ciudadano, que se simplifican por su bien. Este
planteamiento tan engañoso ha llevado a una mal entendida conciencia ambiental
de la sociedad: todo el mundo quiere un planeta verde, pocos saben como
funciona, pocos conocen las implicaciones de las actuaciones, y todo el mundo
cree a pies juntillas las verdades unánimes por miedo a no ser considerado un
hereje. Anulado el sentimiento crítico, el ambientalismo se convierte en una
secta y, en el fondo, perjudica el fin último, conservar y mejorar el medio
ambiente en el que vivismo, la Tierra. Michael Shellenberger es un
ambientalista de trayectoria reconocidísima que junto a otros grandes líderes
del movimiento ambientalista, como Patrick
Moore o Bjorn Lomborg que creen que hay que mejorar pero opinan que la botella
está medio llena y que es mejor transmitir a la sociedad que la vida estállenla
de grises. En el caso de Shellenberger, antiguo activista antinuclear, analiza
los impactos de las diferentes fuentes energías y concluye que, posiblemente,
al que menos impacto produce sea la propia nuclear, intensa, limpia, controlada
…. Un mensaje herético que permite abrir los ojos a la realidad y tener opinión
crítica, fuera del dogmatismo sectario que lleva a pensar que todo progreso es
malo.
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