Si la prosa de Henry James es
excelsa en general, es en las pequeñas historias, en sus cuentos cortos, donde
sus valores se concentran y alcanzan la plenitud. Su capacidad de generar ambientes,
desarrollar personajes, crear situaciones, y envolverlo todo en un lenguaje preciosista
y a la vez sencillo, fluido, con diálogos precisos, y una sutil y humorística
ironía, se manifiestan en estas pequeñas nouvelles como lo que son,
verdaderas obras de arte. Artífice de la novela trasatlántica, en la que los
tipos americanos y europeos contrastan, se mezclan y confunden; los arquetipos
femeninos tan característicos de él; el dibujo acertado, crítico y socarrón de
las modas sociales; la literatura como argumento mayor o menor en sus obras;
todo ello retrotrae al mejor James. En este caso, la acción gira en torno a los
últimos días de una famoso escritor, Neil Paraday, perseguido por una hueste de
seguidores deseosos de tenerle en sus fiestas, acceder a él, escucharle o solicitarle
autógrafos, pero no necesariamente leerle. Un joven periodista se erige en
defensor de su privacidad y su obra, pero no puede evitar asistir, impotente,
al festival que en torno al maestro se forma. Las situaciones en parte
grotescas, en parte divertidas, no esconden la verdadera intención de la obra,
la crítica a la superficialidad de una sociedad deseosa de hacerse ver, frente
a unos pocos iniciados que comprenden, como el autor, como el protagonista, el
verdadero y último valor de las palabras.
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