Los relatos de Howard están poblados por
individuos primigenios, deidades que hunden sus raíces en una tierra ancestral
y carente de vida humana, grandes seres indescriptibles, repulsivos, malditos y
poderosos, que viven acechando a los hombres… y esos hombres, esos supuestos hombres de las primeras razas, las
que acrisolaban todo lo anterior y crearon un sustrato mixto entre el mundo
histórico y el ancestral. En este universo, se mueve con desenvoltura Howard, no
en vano considerado un discípulo aventajado de Lovecraft con quien tuvo
intensos contactos y con el que colaboró en la elaboración de su cosmogonía de
Ctulhu. Pero Howard no solo siguió los patrones del género fantástico y de
terror, sino que contribuyó decisivamente a su enriquecimiento creando su propio universo, complementario al
de su maestro, y que se entrevé en todos sus relatos; sus piedras negras, sus
razas arias y pictas permanentemente enfrentadas en el albor de la humanidad,
el sustrato primitivo sureño y terrible,… todo ello aparece en sus relatos, conectándolos
y dándoles coherencia dentro de su mundo fantástico. La variedad de ambientes,
épocas y situaciones que crea siempre guardan un elemento común, un detalle que
los conecta entre sí, dando coherencia a su discurso sobrenatural. Con toda su
potencia, se advierte en Howard un autor en desarrollo; su temprana muerte
quizás privó a la literatura fantástica de un referente primordial, más allá
del que llegó a ser como creador de grandes héroes (Conan), o grandes arquetipos
del terror (como los gusanos de la tierra). Esta selección constituye una obra de
referencia dentro de la excelente colección “El Club Diógenes”.
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