La caída de
Persépolis en manos de Alejandro, en octubre del 331 a.C., el último imperio
regional mesopotámico pasó a la historia, y con él una larga tradición de
reinos e imperios que hicieron de Mesopotamia el centro del mundo. Desde el
primer centro de poder con entidad suficiente para equipararlo a un reino,
Eridu, hasta ese momento pasaron cerca de 3000 años. Desde entonces a la
actualidad, poco más de 2000. Más de la mitad de la historia conocida como tal,
se centró en Mesopotamia, y sin embargo, nos parece muy lejana. En la gran
planicie del Tigris y el Éufrates y sus zonas circundantes, se sucedieron
grandes imperios (Ur, Acad, Asiria, Babilonia, Mitanni, Elam, media, Persia…),
grandes y míticos reyes (Sargón, Gudea, Hammurabi, Asurbanipal, Ciro, Darío…),
grandes avances (la escritura, el carro, la agronomía, el comercio, la
astronomía, las matemáticas, la arquitectura), y grandes experimentos sociales
(las raíces y primeros experimentos del socialismo, el capitalismo, el mercantilismo
el monoteísmo, el imperialismo, surgen y se desarrollan allí) Este es un libro
necesario, porque somos parte del legado de Mesopotamia, porque allí están
nuestras raíces. Cuando el helenismo, la base occidental de nuestra cultura,
llega a Mesopotamia, sus reyes más recientes llevaban siglos buscando entre la
arena y las dudas, las raíces de su pasado, varios milenios atrás. Paul
Kriwaczek ha escrito una apasionante historia de cómo se inventó el mundo y
todo lo que debemos a ese vasto espacio que acunó la civilización. Con una
apasionada prosa, descubrimos como nos parecemos a gentes que ni siquiera
sabemos que existieron y que hoy deberíamos reivindicar. No es sólo cultura, es
memoria, esa misma memoria que aquellos lejanos antepasados, conscientes de la
perdurabilidad de la palabra, consignaron en recias tablillas de barro.
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