







Dos pequeñas obras
a modo de divertimento en las que la propia autora se interpreta a sí misma, y
asumiendo el papel protagonista junto a la inspectora Annika Kaunda, esta sí,
personaje de ficción, resuelve dos crímenes acontecidos en sendos certámenes
literarios a los que la propia escritora asiste. Son novelas ligeras, de rápida
lectura, con un fino toque de humor, y en los que el juego de luces y sombras
que provoca la autora, hablando con un
personaje de ficción (que no sabe que lo es), creado por ella (que sabe
que lo hace), aporta un aliciente extraordinario a la lectura. Obras sencillas,
amenas y divertidas, que apuntan al genio de la escritora en obras mayores. Si
son ensayos, son perfectos; si no lo son, también.
La caída de
Persépolis en manos de Alejandro, en octubre del 331 a.C., el último imperio
regional mesopotámico pasó a la historia, y con él una larga tradición de
reinos e imperios que hicieron de Mesopotamia el centro del mundo. Desde el
primer centro de poder con entidad suficiente para equipararlo a un reino,
Eridu, hasta ese momento pasaron cerca de 3000 años. Desde entonces a la
actualidad, poco más de 2000. Más de la mitad de la historia conocida como tal,
se centró en Mesopotamia, y sin embargo, nos parece muy lejana. En la gran
planicie del Tigris y el Éufrates y sus zonas circundantes, se sucedieron
grandes imperios (Ur, Acad, Asiria, Babilonia, Mitanni, Elam, media, Persia…),
grandes y míticos reyes (Sargón, Gudea, Hammurabi, Asurbanipal, Ciro, Darío…),
grandes avances (la escritura, el carro, la agronomía, el comercio, la
astronomía, las matemáticas, la arquitectura), y grandes experimentos sociales
(las raíces y primeros experimentos del socialismo, el capitalismo, el mercantilismo
el monoteísmo, el imperialismo, surgen y se desarrollan allí) Este es un libro
necesario, porque somos parte del legado de Mesopotamia, porque allí están
nuestras raíces. Cuando el helenismo, la base occidental de nuestra cultura,
llega a Mesopotamia, sus reyes más recientes llevaban siglos buscando entre la
arena y las dudas, las raíces de su pasado, varios milenios atrás. Paul
Kriwaczek ha escrito una apasionante historia de cómo se inventó el mundo y
todo lo que debemos a ese vasto espacio que acunó la civilización. Con una
apasionada prosa, descubrimos como nos parecemos a gentes que ni siquiera
sabemos que existieron y que hoy deberíamos reivindicar. No es sólo cultura, es
memoria, esa misma memoria que aquellos lejanos antepasados, conscientes de la
perdurabilidad de la palabra, consignaron en recias tablillas de barro.
La segunda novela
de la serie “la iniquidad” es el ejemplo, el paradigma definitivo de la novela
negra ibérica. En un pequeño pueblo la vida en la posguerra gira en torno a las
fuerzas vivas. La calma, impuesta, tapa los grandes dramas y miserias de su
población. La fuerza de la sangre, el clamor de las entrañas, anida en todos y
cada uno de sus vecinos: dese el jefe falangista, al camarero de la cantina, su
compañero maquis, el viajante de comercio… y cerca, la vía del tren como
promesa de salida a un mundo mejor. Las dobles vidas de todos, sus amores,
celos y envidias, son magistralmente presentados por Ravelo, que en un esfuerzo
de contención, logra acercar las vidas de todos los personajes al clímax final
en el que, como si de una catarsis se tratase, todo explota y ocurre lo que debe
ocurrir. Todo es previsible y no por ello, menos inesperado. Intensa, desgarradora
y visceral, una auténtica joya del género.
Mikel, un joven
inmerso en una profunda crisis personal tras la separación de su mujer pocos
días después de su boda, cree ver a Pablo Martiarena, un joven vecino de san
Sebastián desparecido, en el coche de su vecino, Iván Katz, un antiguo
grafitero y artista alternativo, hijo de un bohemio alemán. A partir de ahí,
junto a su prima Lorena, Mikel investigará todo lo que rodea la desaparición de
Pablo que, descubre, no es la única. A la sombra de su enigmática mujer,
Natalia, y de la bella Érika, irá recorriendo todo San Sebastián para ser capaz
de averiguar si Pablo aún está vivo, y por qué despareció, esquivando a la
propia policía que le pide insistentemente que desista en sus investigaciones.
Un recorrido apasionante por el casco viejo de San Sebastián, sus playas y
alrededores, para mostrar el esquivo y oscuro mundo de las sectas. Una reflexión sobre todo aquello que nos aleja del mundo, sin llegar a hacer que nos encontremos a nosotros mismos.
Jaime Figueras, un prometedor
y ambicioso crítico de arte, recibe de un coleccionista el encargo de su vida:
la posibilidad de entrevistar al esquivo Debierue, el autor de una célebre obra
maestra que marcaría el rumbo del surrealismo, el más célebre artista vivo. A
cambio de la oportunidad, debe robar una obra de su estudio. Bajo esta trama,
se esconde una novela de intriga interesante, pero regular, en la que el autor
desea exhibir su amplio conocimiento del mundo de las vanguardias y sus
interpretaciones. Es, pues, más una novela de tesis, que de intriga. Si no fuera
por las largas y prescindibles disertaciones al respecto, sería muy
recomendable, pues mantiene la intriga hasta el final y es ágil, dotada además
de un fino sentido del humor y la ironía. Lástima que el autor anteponga el
interés por mostrar su erudición.
En el Estocolmo del
siglo XVIII, capital de la Suecia Imperial en su siglo de oro, un policía
retirado y en el umbral de la muerte, deprimido y abandonado a su suerte, y un
oficial retirado se deben enfrentar a un oscuro y macabro asesinato producido
en los arrabales de la ciudad, y en los arrabales del poder. La capacidad
deductiva e integridad del inspector Cecil Winge y su colega Mickel Cardell,
permitirán desentrañar una oscura trama de traiciones, juegos de poder, lujuria
y depravación, que muestra el lado oscuro de la gloriosa capital. Intensa y
vibrante, la novela refleja los grandes contrastes de una de las grandes
capitales barrocas de Europa que, como sus más conocidas y coetáneas homólogas,
muestra potentes claroscuros: riqueza y pobreza, poder y desesperanza, lujo y
miseria, moralidad y crimen. Mientras, un hombre bueno, el inspector Winge, a
la manera de los detectives contemporáneos, se manifiesta como el perfecto
antihéroe, personaje que en su caída personal se aferra a sus convicciones para
hacer lo que debe, apoyado por su complemento perfecto: el activo e impetuoso
Cardell, el hombre de acción al servicio de la verdad.
Toda la potencia
narrativa y el extremado lirismo de Julio Llamazares se dan cita es en te
precioso libro de viajes, un recorrido a pie realizado por el propio autor a lo
largo del río Curueño, escenario de su infancia. La belleza de las tierras
altas leonesas, la bondad de sus gentes y el sabor a un tiempo pasado,
confluyen en esta maravilla de la narrativa actual que encumbran a Llamazares
como uno de los mejores narradores actuales. El viaje por el río Curueño es,
además, un doble viaje en el tiempo. Por un lado, a la infancia del autor, que
recuerda su infancia y como el río, eje vertebrador de la comarca, marcaba los
itinerarios de sus gentes, vitales y profesionales, la vía de salida al mundo
moderno y, por el contrario, la vuelta a un mundo tradicional. Pero también se
viaja a otra forma de ver la vida, una vida dominada por el sonido de los
pájaros, el agua o la brisa en los álamos; un mundo dominado por las altas
peñas refugio de bandidos y alimañas; un mundo duro de pastores, molineros y agricultores
extremos; un mundo que hoy parece irreal, inalcanzable, perdido ya, pero añorable,
un mundo real, auténtico y esencial que no debería desaparecer.
En el siglo XXVI
una expedición cartográfica interestelar se acerca a los límites de un agujero
negro desconocido. El que debe ser un trabajo rutinario, pronto se convierte en
algo diferente. Cerca del horizonte de sucesos una antigua nave aparece varada,
atrapada por la fuerza gravitacional del que denomina “El ojo de Dios”.
Acercarse a socorrerla implica dos graves riesgos: la posibilidad de ser
absorbidos por el agujero y la inevitable entrada en una deformación temporal
pues bajar a una órbita inferior, implica entrar en una deformación temporal y
que los días que dure su misión, equivalgan a décadas en su mundo de origen. a
su vuelta, habrán dejado su vida atrás, viajarán al futuro. Pero está no es la
única paradoja: la nave y la tripulación a la que socorrerán, será la famosa expedición
que permitió las salidas de la tierra cientos de años atrás, los pioneros míticos
de la exploración espacial. La responsabilidad de los tripulantes de la Banshee
comandados por la capitana Florence Schiaparelli, será salvar a la mítica nave
Necromander y a su no menos mítica capitana Ursa Krasnaia. Sólo si la salvan,
la gesta de la humanidad habrá sido posible y ellos mismos llegarán a existir.
Una grandísima novela de ciencia ficción en la que las paradojas temporales
tienen protagonismo de inicio a fin y en la que, a diferencia de gran parte del
género, el entorno científico que soporta la trama es perfectamente creíble. No
hay sables láser, no hay razas
enigmáticas, no hay párrafos incomprensibles que justifiquen un futuro
desconocido. El mundo que se recrea en el siglo XXVI es perfectamente asumible
e inteligible, y parece una consecuencia lógica del actual, lo que convierte a
este novela en una ficción asumible, creíble y, por tanto, cercana. Los personajes,
claramente humanos, con emociones humanas, nos acercan al afán soterrado de la
humanidad desde el inicio de los tiempos: la exploración, la búsqueda de las fronteras,
nuestra propia trascendencia como especie. Una maravilla de novela que no
defrauda, incluso para los no aficionados al género, porque habla de la
humanidad, de sus anhelos, de la vida.
Madrid en mayo es
una fiesta, y mientras en el ambiente primaveral hay ecos de verbena en las
orillas del Manzanares y la pradera de san Isidro, la inspectora Ruiz,
investigada y apartada temporalmente del servicio, es capaz de ver en una serie
de asesinatos, la huella de un psicópata que se inspira en las pinturas negras
de Goya. Las escenificaciones de los crímenes llevan a la inspectora a utilizar
los escasos medios de que dispone para, a través de su capacidad deductiva,
vislumbrar que tras los asesinatos se encuentra una mente perturbada
obsesionada con el pintor. Los escenarios de la vida de Goya, sus obras y,
sobre todo, sus razones y obsesiones, constituyen la trama de esta novela
entretenida, formalmente bien resuelta, que dignifica y profundiza en el género
de la novela policíaca hispana: inspectores racionales, decididos y arrojados,
y entornos vívidos, intensos y llenos de matices.
Pequeño cuento que
aúna la habitual reflexión sobre el yo y la soledad de las obras de Marukami,
con las implicaciones que en los personajes tienen los lenguajes plásticos que
desarrollan sus protagonistas. Tony es el hijo de un trompetista de jazz, un
vividor que nunca será un buen padre y, completamente ajeno a la vida de su
hijo, se manifestará como su antítesis: vividor, social y hedonista. En cambio
Tony es un joven retraído que se centra en sus dibujos, que exteriorizan su
capacidad expresiva hacia el mundo que le rodea, y que no necesita. Su soledad
es elegida, es voluntaria, le llena. No se siente solo. Sin embargo, conoce a
una chica, amante de la moda, que se interesará por él, provocando un vuelco en
su vida. De la soledad elegida, para a una intensa y compleja vida en pareja
que le condicionará más allá de la muerte de su mujer. A partir de ahí le
atenazará la soledad, esta vez no buscada, y resultado de la ausencia de compañía.
Estas dos soledades, la elegida, positiva, y la impuesta, por negación de la
compañía, harán que su vida oscile hasta que tome la decisión final.
Interesante reflexión intimista, sin llegar a ser una obra imprescindible.
La noche se acerca,
y como si en un vórtice dramático ocurriera, todo se confabula para hacer de
ella una noche especial: el calor asfixiante, las pasiones desatadas, la
amenaza de tormenta, el miedo, la oscuridad… Todo se confabula para que en un
ambiente opresivo, la noche asuste. Y todos en el pequeño pueblo se preparan
para jugar su papel: los policías locales, los amantes, el tabernero, el
retrasado del pueblo, el empresario que vive aislado en el acantilado, los
extorsionadores… Todos se acercan indefectiblemente hacia los sucesos que
conducirán al inevitable y trágico final… Con el amanecer, llegan las
consecuencias. La muerte hace su aparición, pero no los asesinos, y el ambiente
que explosionó durante la noche, sigue latente. El día muestra las relaciones,
los personajes como son, con sus historias que muestran que nadie es quien
parece ser, todos llevan una doble vida, todos tienen algo que ocultar, todos
están dispuestos a romper con los demás. Un grupo de personas dominadas por la
sangre, su sangre, sus raíces, sus odios y temores, que irán aflorándolos hasta
participar en el inevitable desenlace. Todos tienen un rol que jugar. Todos
tienen un personaje oscuro en su interior. Bajo esta opresiva situación, la excepcional
novela de Ravelo, primera parte de la saga de la Iniquidad, es una obra de un ritmo
tan rotundo como sus personajes. Excelentemente escrita, con una trama racial y
verosímil, el autor no da puntada sin hilo: la perfecta y compleja trama,
adornada con giros de acción que se antojan previsibles tras ocurrir, pero que
nunca se ven venir, nos habla de pasiones personales, sin personajes maniqueos,
plenamente humanos. Es una novela dramática, brutal y creíble, extraordinaria.
Una auténtica joya.
Flecther se enfrenta al síndrome del nido vacío cuando su hijo, Brendan, se incorpora a la universidad. La vida de Eve amenaza con convertirse en una existencia insulsa en torno a su trabajo en un centro de mayores. Sin embargo, está dispuesta a disfrutar y descubrir nuevas experiencias. Experimenta con el porno por internet y decide buscar relaciones y experiencias diferentes en su entorno más inmediato. Por su parte, Brendan espera que la Universidad se convierta en una secuencia continua de fiestas, cogorzas y aventuras sexuales; la madurez y los estudios los deja para otro momento. Nada sale como esperan y, aunque intentan vivir experiencias sugerentes, finalmente descubren que la realidad es más fuerte que sus deseos. Una divertida, creíble y sugerente novela que, sin explotar el potencial exhibicionismo de la trama, trata un tema, poco habitual, considerado tabú, desde la normalidad. De recomendable lectura, se encuentra a un nivel muy superior al de la serie televisiva homónima que, aunque escrita por el mismo autor, queda descafeinada por su intento de ser una comedia políticamente correcta y alargar la historia para cubrir varios episodios.

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El caso Telak es el primer episodio de una serie de tres, en los que se ofrece al lector una apasionante inmersión en novela genuinamente noir, con los alicientes típicos del género, en su mejor tradición, aderezados con elementos novedosos, que se integran perfectamente en los cánones del género. Así, al protagonista caracterizado como antihéroe (eficiente en lo profesional, fracasado en lo personal) y un elenco de secundarios admirables (personas oscuras, pasados turbulentos, mujeres cautivadoras), se añaden elementos novedosos que, sin desentonar con el canon del género, lo actualizan con naturalidad: desde la contemporaneidad, al marco geográfico novedoso, o el enfoque alternativo de la trama. Efectivamente, la acción la protagoniza un fiscal en la Varsovia actual, con reminiscencias del pasado reciente, tanto comunista como postcomunista, que añaden matices políticos y sociales de interés y muy relevantes para la trama, y que permiten comprender un modelo social poco conocido para el lector occidental, acostumbrado a detectives nórdicos o americanos. El fiscal Szacki es un personaje creíble, un antihéroe clásico, con una visión ácida y corrosiva de la sociedad que le rodea, tratando de adaptarse a un modelo convencional de vida que, a la larga, se convierte en una jaula para él. La trama es sólida, consistente, muy bien urdida y entretenida, directa. Los personajes, llenos de matices físicos y psicológicos, son perfectamente homologables con la realidad, aportando un marco escénico solvente. En definitiva, una novela imprescindible para el aficionado al género, con una excelente traducción y con la sensación de poder convertirse en una saga duradera y apreciada.
El enigma de la habitación 622 es, sobre todo, una gran decepción. El archifamoso y justamente celebrado autor de la verdad sobre el caso Harry Quebert”, crea de nuevo una compleja trama ambientada en el mundo de las finanzas suizas. En paralelo se trata la historia de un escritor, supuestamente él mismo, que se reencuentra profesional y personalmente tratando de desentrañar el misterio que rodea a un antiguo asesinato. Hasta aquí, todo bien. Sin embargo la solución de la que podría ser una gran novela, es muy deficiente. El intento de abordar una historia de metaliteratura, un escritor que habla de sí mismo y describe su trabajo que es, precisamente, la propia novela, es fallido: flojo, insuficientemente trabajado, poco creíble. Parece más ficción, que realidad, sin pasar de un par de guiños hacia sí mismo y al mundo editorial y poco más. Da la sensación de no haber sido capaz de abordarlo con solvencia. En cuanto a la historia principal, adolece de un requisito imprescindible para las noveles de intriga: la sinceridad. El escritor no puede mentir al lector. El protagonista debe descubrir las evidencias al tiempo que el lector y, aunque se guarde ases en la manga, deben ser los justos y creíbles. En el intento de hacer una trama compleja donde nada es lo que se parece, Dicker usa la baraja entera para tratar de sorprender, a base con continuas triquiñuelas soportadas por un truco que repite hasta la saciedad y desmonta la credibilidad del argumento. La clave de toda la trama descansa en un efectista elemento cinematográfico, válido para películas de consumo rápido como “Misión Imposible”, pero no para novelas que pretenden, o eso cabría esperar, enganchar al lector inteligente. Al margen de ello, la resolución literaria es muy pobre. Las continuas vueltas atrás y adelante en el tiempo, tratan de ser una solución arriesgada, y no pasa de serlo pretenciosa y cargante, despistando enormemente y trabando la lectura. Hasta ahora Joël Dicker había sorprendido con el envoltorio de sencillez a través del que presentaba tramas muy elaboradas. Aquí ha apostado por lo contrario, una excesiva complejidad externa arruina una trama que se convierte en algo, más que sencillo, vulgar. Muy por debajo del nivel habitual de su autor, es una ficción que lo parece, sin ningún atisbo de credibilidad, con unos diálogos previsibles, llenos de muletillas, obviedades y simplezas, propios de una mala traducción, una obra novel, o una tremenda desgana creativa.
Un
pintor que atraviesa una profunda crisis personal y creativa, decide refugiarse
en una apartada casa de campo, propiedad de un gran maestro ya retirado. Pronto
descubre en la buhardilla, cuidadosamente envuelta, una obra inédita del propietario,
“La muerte del Comendador” con la calidad suficiente para ser considerada su
obra maestra. Pero el cuadro esconde algo más, pronto se convierte en la puerta
para comprender un oscuro pasado y, al tiempo, es la llave de una serie de
acontecimientos que conducirán al protagonista, muy a su pesar, a un inquietante
mundo en el que se mezclarán sexo, leyendas, maldiciones, locura, y magia. La muerte del comendador, es una
profunda reflexión sobre las ideas, la tradición, el modelado que el pasado
ejerce sobre las personas, la paternidad, las relaciones humanas, el proceso
creativo… todo ello condensado en una historia sencilla, pero intensa, descrita
de una forma casi minimalista, sin artificios, que atesora una grandísima
capacidad expresiva y calidad literaria. La lectura fluye con naturalidad, como
lo hacen las diferentes tramas que se entrelazan, todas ellas finalizadas con
solvencia, de forma equilibrada, en los límites de la realidad. Es una gran
ejercicio literario, una obra mayor, de inexcusable lectura
La inspectora Camino Vargas debe enfrentarse a un asesino en serie que mata mujeres embarazadas que, aparentemente, no tienen relación entre sí. En la tórrida Sevilla, ella y su equipo deben desentrañar una trama en la que se mezclan intereses empresariales, consideraciones éticas y maltratos. Al mismo tiempo, la inspectora debe luchar contra los recelos que entre sus compañeros ha supuesto su ascenso al cargo, tras los disparos sufridos por su jefe y mentor en une refriega, que le dejaron en coma. Una novela ágil, muy entretenida, cercana a los estereotipos y realidades de nuestra sociedad (lejos de los ambientes nórdicos, tan habituales en la novela policíaca reciente) y tremendamente solvente, con buenos personajes, creíbles, situaciones muy bien llevadas, nada efectistas. Una apuesta segura.
La mítica novela que encumbró a la jovencísima escritora, no envejece con el tiempo; es un clásico. Y lo es por su ambición, por su complejidad narrativa, por su fortaleza expresiva, por la amplitud de registros y, sobre todo, por su belleza formal. Mc Cullers analiza las diferentes formas del amor, en una novela coral, riquísima en personajes y situaciones, que se desarrolla en la América profunda de entreguerras. En una sociedad opresiva, racista, deprimida, florecen historias dulces, sencillas y de una enorme ternura, protagonizadas por personajes redondos, completos, llenos de matices, tan reales, como la propia vida y que, de por sí, tienen el peso suficiente, ellos y sus propias intrahistorias, como para protagonizar narraciones individuales. El sordomudo John Singer, con su abnegada devoción y desinteresado amor hacia su compañero Antonapoulos; la adolescente Mick, que quiere crecer, huir y, al tiempo abrirse a la vida, siempre pendiente de su adorado hermano George; Portia, la criada e hija del doctor Copeland, que tiene que lidiar con los convencionalismos, la segregación y su voluntad de superación.... Todos ellos exploran los múltiples recovecos del alma humana en un canto al amor, a todo tipo de amor, al físico, al humano, al familiar, entre unas escenas que, aunque sencillas, son de una grandísima belleza.
El libro de Alain
de Boton, no es un libro sobre la trascendencia, la idea de Dios, la mayor o
menor racionalidad de su constructo, o sobre la espiritualidad. Boton analiza
el fenómeno religioso desde su componente social, es decir, sobre la
construcción que, sobre la idea de Dios hacen las religiones, y sobre cómo
éstas, todas ellas (con especial enfoque al cristianismo y las grandes
religiones monoteístas) dan respuesta a las necesidades del hombre de una
manera eficaz, mucho más que cualquier otra institución secular. Analizando las
angustias personales y colectivas, las necesidades personales y sociales y la
mera necesidad de responder a preguntas elementales, la conclusión que se
desprende de este libro es que las religiones han sido y son necesarias, en
tanto en cuanto que ayudan al hombre, individual y colectivamente, en su
transitar sobre la vida. En oposición analiza como las sociedades seculares (o,
mejor dicho, la dimensión secular de las sociedades) trata de dar, de forma
fallida, respuestas a los mismos problemas. En este sentido, la idea de Dios,
para el autor, es innecesaria. No se requiere la idea de un Dios (que él,
claramente, no comparte), para abordar estos problemas y resolverlos. Es ahí
donde concluye con la necesidad de una religión para ateos, un sistema
estructurado, a base de creencias, ritos, relaciones… para ayudar al hombre.
Sugerencia, en todo caso, no original, y que tuvo un fallido precedente en
Auguste Comte, en el siglo XIX, quien ya propugnaba la creación de una religión
específicamente diseñada para los no creyentes. Sin ahondar en esta ocurrencia.
La obra es una muy interesante reflexión sobre el papel que las religiones
tienen en el mundo actual, incluso al margen de la idea de Dios.
Tomando como percha la obra de Baroja “El árbol de la
Ciencia”, el autor analiza la relación de Baroja, como representante de su
generación, con la España de la época, la inmediatamente posterior a la crisis
del 98, con la debacle que aquel hecho produjo en el ámbito social, económico e
institucional. Repasa la figura de los intelectuales, su papel y aportación
frustrada a las soluciones del momento, y analiza la sensación de necesaria
regeneración por parte de una élite, que se enfrenta a una masa “que arrolla
todo lo diferente, egregio, individual, calificado y selecto”. Ese
individualismo, propio de Baroja, lleva al autor a abordar el rechazo de Baroja
a la idea de democracia, posición conflictiva desde la óptica del siglo XXI,
pero que tiene que ver con la idea barojiana de que una sociedad no formada,
inculta, tiene poca capacidad de participar genuinamente en la democracia, dejándose
llevar por el caciquismo, fenómeno resiliente en la España de la época. El
nacionalismo como lacra, la ciencia como lenguaje purificador, o el mito de las
dos Españas, son otros de los temas abordados en este ensayo que, si bien
fuerza algunas explicaciones de las posiciones de Baroja, es una muy buena
aproximación a la situación crítica del momento de la que participa Baroja con
su supuesto escepticismo. Y es este punto, el de la posición de Baroja,
distante y crítica, el que, a juzgar por el subtítulo puede generar más controversia.
La relación de Baroja con España no se deduce que sea de un amor imposible,
todo lo contrario. Baroja se implica con el país, lo asume como propio y se
siente integrado con él. No participa de sus defectos, que los critica, pero de
toda la obra de Baroja, incluida “El árbol de la ciencia”, se desprende un
profundo amor por su país, basado en el conocimiento de sus gentes, para el que
espera algo mejor. Quizás una de las mejores muestras de amor, sea conocer los
defectos, apuntarlos y desear se corrijan.