domingo, 13 de abril de 2025

“La casa de Aizgorri”. “La leyenda de Jaun de Alzate”. Pío Baroja. Espasa Calpe.

 




Dentro del ciclo de “La Tierra Vasca”, estas dos novelas teatralizadas constituyen, posiblemente, dos de las obras de menor ionterés del conjunto de la producción de Baroja. Aunque escritas con 20 años de diferencia, comparten una serie de elementos comunes, tanto estructurales (el guionizado de los diálogos y la situación de escenas a modo de actos teatrales), como argumentales (la esencia mítica del pueblo vasco). En ambos casos, el desempeño es deficiente. Como autor teatral (si es que ese era el objetivo), Baroja no destaca, es un creador de ambientes, complejos, muy descriptivos, atmósfericos si cabe, que se ven perjudicados en este tipo de estructura cuando son uno de los principales valores del autor; y en cuanto a la temática supone una mitificación de lo vasco, poco crítica, y basada en elementos reaccionarios: la mitología, la raza, la tradición. Quien se haya visto entusiasmado por su magnífica trilogía La lucha por la vida¸ no espere encontrar aquí nada parecido. Es más, quien haya disfrutado de su Zalacaín, también obra de “temática vasca” dentro de este mismo ciclo, tampoco. Destacar, quizás, en el caso de La leyenda de Jaun de Alzate su potente manifiesto anticlerical y antirreligioso, o mejor dicho, anticatólico, pero sólo para arrojarse en brazos de la mítica religión natural vasca, desde una dicotomía polémica en la que castellano-extranjero-católico-radical se opone a vasco-nacional-natural-comprensivo. Cuanto menos, decepcionante para un autor que, del espíritu crítico desde el terreno, hizo bandera en sus mejores obras.

“Las leyes de la belleza. Tres conferencias sobre moda y arte”. Óscar Wilde. Carpenoctem.

 


Esta compilación de conferencias dictadas por Oscar Wilde en torno a la belleza, decepcionan por su forma y contenido. Con el gancho del autor y el tema, el acercamiento al ideal abstracto, pero reconocible de la belleza, la obra tiene más de objetivo que de realidad. Oscar Wilde fue un magnífico escritor, y tuvo una peripecia social dramática, sin embargo no se puede confundir al autor, con el hombre. Un gran autor no tiene por qué ser un gurú, ni siquiera en su materia de conocimiento. La belleza es un concepto tan suficientemente amplio, que cualquier intento de sistematización, explicación corre el resigo de no ser suficientemente bien explicado y comprendido. Muchos de los libros de Wilde son bellos, pero sus discursos sobre la belleza no aportan nada especial: fruto lógico de sus filias y fobias, de su tiempo, son una aportación interesante, curiosa, pero no esencial ni referencial salvo, quizás, para aficionados acérrimos al autor. La admiración por la obra, no implica la bendición absoluta de toda su actividad.


“La religión de los libros. Libros de viejo, librerías y libreros”. Carlos María Bobone. Eolas ediciones.

 


Exquisito (breve) ensayo que eleva el gusto por las cubiertas, las páginas y el aroma de las estanterías a religión suprema, mitificando, desde la realidad el oficio de librero, no el de vendedor de libros, y todos sus aspectos colaterales: la distribución, la restauración, las subastas. Desde el conocimiento enciclopédico que le otorga ser uno de los máximos expertos en bibliofilia europeos, Carlos Bobone atrae al lector, lo convierte y le aleja del paganismo que supone el mundo actual. Entrar en una librería de viejo es llegar al sancta-sanctorum de un mundo diferente, trascendente y místico. Con una narrativa delicada, poética, como corresponde a los altos textos religioso, se revelan los secretos que permiten acceder a la salvación: la cultura del libro, su uso, su significado, incluso como objeto a adorar, son el camino de la perfección.


“Fiesta”. Ernest Hemingway. Planeta.

 



A Hemingway se le recuerda como uno de los padres del boom turístico de los sanfermines. No extraña ver, año tras año a través de la televisión, a decenas de personas que asisten a la fiesta caracterizados como el autor americano. Y todo tiene que ver con esta obra en la que reflejó, como pocos, el espíritu de libertad, aventura, exaltación y diversión que suponían los sanfermines, antes de llegar a la masificación actual. Un grupo de jóvenes americanos, ansiosos por vivir, vienen a la Europa postbélica y, desde París, acuerdan viajar a las fiestas de Pamplona. Los enredos personales, sus inquietudes vitales, sus esperanzas y fracasos, se ven enmarcados en un escenario de alegría, camaradería, sexo, buena comida y bebida, paisajes montañosos, tensión, valor, sangre y misticismo. Ese cóctel, puesto al alcance de cualquiera que quisiera visitar la fiesta, ha cautivado a generaciones; por sí mismo, y por la gran destreza narrativa del autor que, en una novela con un alto componente autobiográfico, supo captar la esencia de una fiesta libre, intensa y real en el marco de la triste España de la época. Ese contraste, posiblemente, es lo que aupó el valor de la misma ante la deseosa sociedad americana y mundial de encontrar emociones verdaderas.


“¿Está usted de broma, mr. Feynmann?”. Richard Feynmann. Alianza Editorial.

 


A Feynmann hay que quererle u odiarle. Su autobiografía, a modo de secuencia de recuerdos y anécdotas deshilvanadas, no pasará a la historia de la literatura, pero sí debe pasar a la historia de la ciencia porque, haciendo uso de la excepcional habilidad comunicativa de los autores anglosajones (desenfadado, directo, gracioso,…) transmite ideas importantes que reflejan, no sólo la personalidad del autor (ciertamente singular), sino algunos principios claros que se deben encontrar en el entorno de la ciencia teórica (e incluso aplicada) de alto nivel: la curiosidad como motor de la investigación; la multidisciplinariedad para favorecer la apertura de miras; la resistencia a la autoridad en el sentido de no dar cosas por ciertas “porque sí”; y desde luego ver la vida con una sonrisa en la boca, con “espíritu de novedad” que diría Wenceslao Fernández. Sólo así se entiende que un físico teórico de alto nivel, uno de los padres de la mecánica cuántica, premio nobel, destaque, además, por abrir cajas fuertes en laboratorios de alta seguridad, ser experto en tocar bongos, o ser capaz de fingir estupidez para librarse de ir al ejército… y todo ello, sin menoscabo de su actividad. Toda una lección y un chorro de aire fresco para el academicismo fatuo.