Detectives irónicos, rubias fatales, morenas explosivas, policía embrutecida, gangsteres, todo eso definiría cualquier novela negra al uso, basada en la tradición. Si le añadimos diálogos brillantes, metáforas exquisitas, la california de principios de siglo, atmósferas vívidas, personajes sencillos y, a la vez, llenos de matices, y tramas enrevesadas, pero creíbles e inteligentes, sólo podemos hablar del universo Marlowe. El arquetipo del género, el investigador privado que marca el canon y que ha tenido tantos imitadores como novelas se han escrito tras las que él protagoniza. En este caso, el antihéroe por excelencia investiga una trama que mezcla gánsteres, cine y médicos corruptos, perfectamente trasladable al cine, y perfectamente adaptable a cualquier época, tan bien desarrollada está. Una auténtica joya en la que el autor, con un estilo maduro, se recrea en los detalles y los diálogos, con un lenguaje nada convencional, que no pasaría ningún filtro woke un siglo después. Y sin embargo, como obra clásica, imperecedera, con protagonistas espléndidos y situaciones complejas, para lectores exigentes que no se quedan en los fuegos de artificio de los ágiles diálogos; tramas en las que, a pesar de todo, de la sordidez, de la maldad, de la corrupción, tras giros inesperados que llegan hasta el último momento, siempre se hace justicia porque Marlowe, con todo, es un hombre bueno.
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