Las novelas de Amin Maalouf suelen basarse en la fijación de una tesis
fundamental, una idea fuerza descollante, y brillante envoltorio de ficción que,
al tiempo que exquisito en la forma, es sencillo, cálido y cercano. Todo ello
constituye libros bellos en lo formal, de gusto agradable, que dejan la
sensación de que el tiempo empleado en su lectura, es tiempo ganado para el
corazón del lector. En “El primer siglo después de Beatrice”, la tesis desborda
la ficción que, aún estando al servicio de la primera, queda excesivamente
subordinada, resultando algo naïf. Frente a una novela con trasfondo, como
puede ser la exquisita “Samarcanda”, o “La Roca de Tanios”, e incluso la magistral “León
el Africano”, en este caso las tesis se agolpan en la novela, dejando un mínimo
espacio a la trama, que apenas puede levantar cabeza. No es un libro malo, todo
lo contrario, la prosa agradable y elegante de Maalouf es evidente, pero el
conjunto de ideas sobre la que el autor nos quiere hacer reflexionar (las
migraciones como base de la evolución, la intolerancia entre el primer y el
segundo mundo, el feminismo, la necesidad de renovar las tradiciones… todos
ellos, temas típicamente suyos) resulta apabullante y desplaza la trama a un
segundo lado. Más que una novela, el libro constituye un manifiesto, cuidado,
eso sí, sobre las inquietudes del autor, pero queda lejos de las obras (maestras)
de ficción que adornan su carrera.
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