A Hemingway se le recuerda como uno de los padres del boom
turístico de los sanfermines. No extraña ver, año tras año a través de la
televisión, a decenas de personas que asisten a la fiesta caracterizados
como el autor americano. Y todo tiene que ver con esta obra en la que reflejó,
como pocos, el espíritu de libertad, aventura, exaltación y diversión que
suponían los sanfermines, antes de llegar a la masificación actual. Un grupo de
jóvenes americanos, ansiosos por vivir, vienen a la Europa postbélica y, desde París,
acuerdan viajar a las fiestas de Pamplona. Los enredos personales, sus
inquietudes vitales, sus esperanzas y fracasos, se ven enmarcados en un
escenario de alegría, camaradería, sexo, buena comida y bebida, paisajes montañosos,
tensión, valor, sangre y misticismo. Ese cóctel, puesto al alcance de
cualquiera que quisiera visitar la fiesta, ha cautivado a generaciones; por sí
mismo, y por la gran destreza narrativa del autor que, en una novela con un
alto componente autobiográfico, supo captar la esencia de una fiesta libre,
intensa y real en el marco de la triste España de la época. Ese contraste,
posiblemente, es lo que aupó el valor de la misma ante la deseosa sociedad americana
y mundial de encontrar emociones verdaderas.

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