Dentro del ciclo de “La Tierra Vasca”, estas dos novelas teatralizadas constituyen, posiblemente, dos de las obras de menor ionterés del conjunto de la producción de Baroja. Aunque escritas con 20 años de diferencia, comparten una serie de elementos comunes, tanto estructurales (el guionizado de los diálogos y la situación de escenas a modo de actos teatrales), como argumentales (la esencia mítica del pueblo vasco). En ambos casos, el desempeño es deficiente. Como autor teatral (si es que ese era el objetivo), Baroja no destaca, es un creador de ambientes, complejos, muy descriptivos, atmósfericos si cabe, que se ven perjudicados en este tipo de estructura cuando son uno de los principales valores del autor; y en cuanto a la temática supone una mitificación de lo vasco, poco crítica, y basada en elementos reaccionarios: la mitología, la raza, la tradición. Quien se haya visto entusiasmado por su magnífica trilogía La lucha por la vida¸ no espere encontrar aquí nada parecido. Es más, quien haya disfrutado de su Zalacaín, también obra de “temática vasca” dentro de este mismo ciclo, tampoco. Destacar, quizás, en el caso de La leyenda de Jaun de Alzate su potente manifiesto anticlerical y antirreligioso, o mejor dicho, anticatólico, pero sólo para arrojarse en brazos de la mítica religión natural vasca, desde una dicotomía polémica en la que castellano-extranjero-católico-radical se opone a vasco-nacional-natural-comprensivo. Cuanto menos, decepcionante para un autor que, del espíritu crítico desde el terreno, hizo bandera en sus mejores obras.