sábado, 9 de julio de 2016

“Georges de la Tour”. Museo Nacional del Prado. Madrid (23/02/16-12/06/16)

De clamoroso éxito debe calificarse la arriesgada exposición acometida por el Prado en torno a un autor prácticamente desconocido por el gran público, aunque clave en la historia de la pintura, no sólo francesa, sino Europea. La casi integral de Georges de la Tour (se expusieron gran parte de sus apenas cuarenta pinturas), ha reunido obras maestras cedidas por algunas de las mejores pinacotecas del mundo, incluyendo las dos que atesora (y nunca mejor dicho) el Prado. En ella admiramos a un autor con fuertes inquietudes sociales, que al margen de su vertiente cortesana, quizás la menos interesante, centra su mirada, la que se refleja en sus mejores cuadros, en tipos humanos, especialmente mujeres, solitarios, tranquilos y reflexivos, a modo de santos laicos; es un pintor que partiendo del claroscuro barroco, nos acerca al intimismo prerrafaelita. Su paleta, aparentemente limitada a los marrones, muestra una infinidad de tonos, realzados por los fogonazos carmesíes que permiten balancear el peso cromático de los cuadros; tonos cálidos que se iluminan con una absoluta maestría, apenas igualada en la pintura. Las pieles mórbidas de sus mujeres, sus transparencias y la gran capacidad para pintar la oscuridad nos sitúan ante un grandísimo maestro que debe ser tenido entre los más grandes de la pintura.

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