Asistir a una exposición de Op-Art supone, en cierto modo, un acto de fe,
se debe acudir con el convencimiento de que es un estilo, una corriente más,
dentro del mundo del arte. Siendo así, la exposición de Vasarely supondría un
equivalente a las grandes antológicas que en su momento reflejaron en Madrid la
obra de Velázquez, Goya, Monet o Dalí, sin embargo, y sin ánimo de
menospreciar, no son ejemplos comprables. Aceptemos el Op-Art como una corriente
artística; aceptemos la intelectualidad subyacente; aceptemos a Vasarely como
su gran profeta… y sí, entonces podríamos decir que estamos ante una exposición
de referencia, que muestra sus principales etapas, influencias y fundamentos. Y
entre sus diferentes series, veremos cómo surge el cinetismo, la influencia planetaria,
la visualización analítica del color… pero con todo, expuesta en el mismo edificio
y al mismo tiempo que Monet y Boudin, por mucho que queramos presuponer, siempre
parecerá algo distinto: un movimiento plástico, decorativo, interesante quizás,
pero poco más, salvo para los auténticos fans
o para los estudiosos, pero lejana al sentimiento del gran público. Un estilo
frío, complejo, inaprensible, distante, que se viste de culto y es, en general,
incomprensible.
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