Mediado
el siglo XIX Flaubert y su amigo Maxime du Camp emprendieron un largo viaje por
oriente próximo. Era el momento álgido del romanticismo europeo, de las
revoluciones liberales, de la pasión por la aventura y el orientalismo. Este
libro recoge las cartas que el autor de Madame
Bovary envió, sobre todo, a su madre y a su amigo Louis Bouilhet. En ellas
descubrimos a un Flaubert diferente, no el brillante novelista, sino a un
viajero ocioso, que sin renegar de la cultura egipcia, se deja llevar por la
pereza en su barco sobre el Nilo. Se fija en los paisajes ribereños, caza,
habla de las gentes que viven en las humildes aldeas, fuma y ve las estrellas,
pero sobre todo ve pasar la vida. Se convierte en un diletante. Aunque a pesar
del título hay poca información práctica de Egipto, merece la pena por lo que
tiene de reflejo de una época, de un país y de una forma de viajar, cuando el
turismo lo cultivaban apenas unas élites y no había tenido tiempo d corromper
los bellos lugares. Es un viaje a la infinitud y a la autenticidad, un viaje
que, posiblemente, muchos quisiéramos hacer aunque, efectivamente, esos tiempos
ya pasaron.
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