El excelente gancho que supone la
obra original, “El Principito” es el principal y único aliciente de esta
pretendida secuela, a una altura muy inferior a la del original. Ofrecida como
un reencuentro entre el Príncipe y los humanos, buscando aquel todo aquello que
dejó y añora, tiene inevitables ecos de la obra original, y precisamente ahí se
encuentra su principal encanto, ya que la rememoración de la obra original
consigue contagiar de nostalgia a la actual. Sin embargo, y salvo algún pasaje que
sí parece acercarse al sentimiento inspirador de Exúpery, la obra es un fiasco.
Frente al carácter profundamente filosófico, humanista y trascendente de la
obra original, esta se presenta como una obra de clara inspiración cristiana,
rompiendo la magia atemporal y transversal de la original. Sobra Dios en la
presencia del joven Príncipe, de alguna manera, acota y acorta su mensaje.
Aquí, todo parece orientarse a la necesidad de la búsqueda de Dios, cuando en
la obra original lo que se pretendía era buscarse a sí mismo. Un pasatiempo,
interesante para cristianos devotos y convencidos, pero un engaño para los que
admirábamos la filosofía intrínseca y personalísima del cuento original.
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