Domingo Villar confirma en su
segunda novela las expectativas puestas en él; en él, y en su personaje, el inspector
Leo Caldas; en su estilo, directo, ágil, creíble; y en su excelente ambientación,
la ría de Vigo, confluyendo el mundo urbano, con el rural y marino, la esencia
de su forma de ser. Una novela policíaca de las que merece la pena leer, con su
habitual vuelta de tuerca final, y que gracias al pulso mantenido se hace corta,
se acaba con sensación de querer más, muestra clara de su calidad y potencia. En este caso, un cadáver con las manos atadas aparece varado en la playa. Ecos de leyendas, maldiciones y tormentas rodean a los protagonistas, que deben indagar en lo profundo del alma humana para llegar a la solución del misterio.
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