Para quien no conozca la obra de
Javier Marías, esta novela puede ser una excelente ocasión de leerle por
primera vez. Recurrente candidato al Nobel, lo primero que destaca en él es la
elaboradísima escritura, de una irreprochable perfección y formalidad. Su
dominio de los recursos, del lenguaje, de la estructura… en fin, de la
escritura en sí misma, es incontestable. Una primera aproximación, sin embargo,
puede dar la sensación de que es una escritura cargada, excesivamente
descriptiva, gongorina, pesada… Efectivamente, parece que la trama y la acción,
se ponen al servicio de la escritura, dominando ésta y siendo aquellas
secundarias. Pero resulta ser todo lo contrario. A medida que se avanza en la
lectura, ese temor se va diluyendo y se valora precisamente el efecto que esa portentosa
capacidad narrativa ejerce en el lector, dejando impresiones indelebles de la
trama. No se hace pesado sino, antes bien, necesario y, como ocurría con Mozart
al ser acusado de escribir demasiadas notas, la respuesta sería: ni muchas, ni
pocas, las justas; si se eliminan palabras, el conjunto empeora notablemente.
La historia de Berta es la historia de su vida y de su relación con Tomás, el
novio de instituto, al que estaba inevitablemente destinada. Novio que muy
joven, y a su pesar, comienza a llevar una doble vida, como agente del servicio
secreto británico. Esa historia, con sus ausencias, vista desde la perspectiva
de la mujer paciente en la retaguardia, es la que cuenta Marías desde la perspectiva
de Berta Isla, aprovechando para indagar en conceptos como la identidad, la soledad,
la fidelidad, la ausencia, y el amor.
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